Después de ver un
programa de Canal á, decidí que tenía que leer Frankenstein, un libro que creí que jamás leería. Este ha tenido
varias adaptaciones cinematográficas, lamentablemente, cada uno ha hecho del
libro su versión asegurándose que ninguna sea completamente fiel a la historia,
por ende, no hay nada como el libro en sí. Debe ser, que es el típico libro que
es grandioso de leer, pero podría ser aburrido de ver, si se respetase todo tal
cual es. Es por eso que tiene muchas variaciones en la historia visual hechas
para atrapar al espectador.
A partir de un juego
entre dos amigos y el destino de la naturaleza climática, la autora dio vida a
este relato clásico en 1816 que aun se lee y se analiza por estos días,
utilizando recursos narrativos del tipo lineal, flash back y el “circular”, ya
que se une el principio con el fin. Sin caer en el discurso retórico -ese que
embelece demasiado y se torna pedante porque se llena con palabras de más- la lectura
es rápida, vivaz y atrapante para que conozcamos, sin darle demasiada vueltas a
la cuestión, la verdadera historia del monstruo que nunca quiso serlo, donde el
verdadero ser abominable era su propio creador, haciéndose pasar por la victima.
“Cosecharas lo que siembras, Frankenstein”…
Creando mi propia
versión, analizo la historia de Mary Shelley desde una perspectiva psicológica
actual, donde podríamos decir -y divagar- que el tercer protagonista de reparto
que no es ni el doctor ni el monstruo, es un ser que tiene muchas
personalidades. La de él mismo, la del doctor, la del monstruo y la de su
hermana.
Lean Frankenstein y
conocerán al verdadero quid de la cuestión. Es un mundo nuevo, ausente de las
mentiras que nos hicieron creer sobre este mítico personaje de la literatura
que nos hace imaginar y reflexionar.