Gente esperando que abra el shopping a las diez menos cinco. Por un lado, los empleados entrando al recinto corriendo, porque llegan tarde y también les llega la multa. Por el otro, la gente ansiosa por ingresar a comprar. Una viejita que el guardia de seguridad no le permite el paso, y la pobre no entiende por qué. Por último, yo viendo y viviendo la situación de rareza que me provoca el acto de esperar que abran las puertas para poder pasar. Es la sensación del cuerpo expectante y la curiosidad de qué pensara la gente en ese momento donde los minutos se hacen eternos.
Una vez permitido el acceso, experiencia olvidada, acá no pasó nada. No era para tanto. Ya pasó. Compras y te olvidas de que estuviste en la puerta del shopping esperando que te dejen pasar, porque los empleados aun no abrían las compuertas, como si uno estuviese atrapado, ansiando el momento de la libertad, mezclado con frenesí.
Suponiendo que el lugar abriera alrededor de las 8.30, no a las 10 como está pautado, ¿el experimento funcionaría?