viernes, 10 de febrero de 2012

Una visita al museo


Antes de entrar al MNBA estaba nublado. Creyendo que adentro el clima sería diferente el ambiente se tornó “raro” por varias situaciones. La idea era presenciar la muestra que se expone por estos días, una muestra de pinturas italianas, patrimonio del propio museo que comprenden los años 1860 a 1945. La reunión de todas ellas en un mismo lugar era la excusa para dejar inaugurada la nueva sala de obras temporarias.

Por un lado, en vez de hacerlo sentir a uno cómodo, de buenas a primeras te obligan a dejar tu bolso o cartera o lo que tengas en el guardarropa (supongo que esa estúpida norma se adapta al tamaño de lo que llevas colgado). Se supone que uno deja las cosas para andar cómodo pero, en realidad, mientras uno va caminando necesita de ciertos elementos, como por ejemplo, los lentes para leer los paratextos de los cuadros, un anotador para escribir lo que a uno se le canta, o mismo dinero por si te queres comprar un libro. Si dejas todo eso, vos te perdes de ver y de anotar, pero ellos pierden plata, porque no compras. Obviamente, que había gente con sus respectivos bolsos.

Como si uno pudiera y o quisiera llevarse a la enorme “Manuelita”, aunque si tengo que elegir preferiría llevarme el único “Van Gogh” que hay o algún “Cándido”. Aun así, nada de todo eso entraría en mi morral y tampoco me interesa.

Por el otro, veo que los colores empleados para las salas de la colección permanente son demasiados obscuros y las luces hacen que uno tenga sueño inmediatamente. Es decir, el museo era más lindo, más ameno y más acogedor cuando estaba todo blanco. Me hace acordar a las casas mexicanas, donde las paredes son de todos los colores, las cuales me gustan, pero creo no va para el museo.

Ok, tenemos la cartera dejada bajo llave y tenemos los fuertes colores de las paredes. También tenemos un guarda de seguridad extremadamente dormido en una silla o luego dormido parado. Por último, el reflejo de la luz de afuera que no deja apreciar un famoso cuadro de Giorgio de Chirico. Todas las obras tienen una luz cálida que “las cuida del tiempo”, pero hay un sector de la sala que la pasaron por alto, dejando entrar la luz natural, agrandando mi molestia.

Por suerte a la salida, el cielo estaba completamente despejado, como si nada hubiese pasado.

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