lunes, 11 de julio de 2011

Ruidos tempraneros y ruidos nocturnos

Érase una vez, en un edificio “recoletoso” de pasado mitad del siglo XX, de extrañas paredes finitas, donde los ruidos acechaban al habitante a cada hora del día…

Por la mañana, agua de cañería que desciende como cascada creyendo que se te inunda la casa. En el sector lateral, un lavarropas que se saldrá de su lugar. Cómo olvidar de los bocinazos producto de embotellamientos citadinos.

Por la tarde, sí tenemos algo ameno, hasta cierto punto, nuestro propio flautista vecinal.

Entrada bien la noche, nos encontramos con sonidos que salen de todos lados. Abajo, la sordera de los habitantes que hacen que el único protagonista sea el omnipresente televisor. Arriba, una criatura, que sin alfombra en sus cuartos, recorre los espacios de su casa con pelotitas y autitos. A veces, su hermanito bebe, acompaña la experimental velada, con escuálidos llanos. En el ala este, una vieja borracha que se la pasa gritando, y en otros sectores, roñosos vecinos que tiran basura por las ventas, de esta manera, escuchamos la botella de plástico de una famosa bebida revotar hasta perderse en el piso.

Inexplicablemente, ruidos de pasos y golpes en la cocina, pero ese es otro tema.

¿Qué más pedir para los oídos… Para el cálido sueño?
Probablemente, tapones para aislarse de toda pizca de sonido. 

1 comentario:

  1. Estoy pensando que la montaña es una buena opción...
    La ciudad se está tornando insoportablemente insoportable... (valga la redundancia) en todo lo que a ella implica.

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