Los días nublados ya no me representan
algo feo ni negativo, sino todo lo contrario. Cuando miro al cielo abierto y
éste está gris o con el sol queriendo aproximarse a través de las nubes,
automáticamente me recuerda y me transporta a los días no playeros que vivimos
en Piriápolis. Gracias al “mal clima”, hicimos excursiones y conocimos lugares
que quizás no hubiésemos visitado por quedarnos en la playa. Lo más “extraño”
fue la coincidencia de haber vuelto a Casa Pueblo en un día muy lluvioso como
lo hice en el verano del ´99 (el primer verano de los tantos que veraneamos en
Punta del este). Es decir, que 13 años después estaba viviendo la misma
situación: viento y lluvia en un contexto increíble.
¿Y qué se hace en un día así? No
solamente andas de excursión con paraguas en mano, embarrándote las zapatillas
y mojándote los pantalones gracias a los charcos, sino que te la pasas comiendo
lo primero que ves en cualquier puestito. Churros y torta fritas nos esperaban
al pié del cañón. Después, una linda siesta para relajar…
Por suerte, no todos los días fueron
pasados por agua, ya que tuvimos playa y las famosísimas “medialunas
calientitas” no se hicieron rogar… De cerro en cerro y de playa en playa
(compuestas por río o por mar, dan igual, pues son maravillosas) vimos paisajes
uruguayos que te invitan a querer volver más seguido. Hay mucho por andar y
conocer en el camino entre Piriápolis y Punta del este, sabes que por un lado se
encuentra Punta Ballena (con Páez Vilaró como el gran protagonista) y por el
otro, las playas azules de Portezuelo; costeando surge Chihuahua (la cada vez
más afamada playa nudista) y saliéndote un poquito del camino se hayan las
vacas de Lapataia que “bailan” al
ritmo del jazz; más adelante llegas a la gran península y su extravagante puerto,
y ya pasando este paraje obligado, un poco de arte en un museo asombroso (el Ralli), para luego llegar al famoso
puente ondulado de La Barra
que suele ser una gran atracción para los turistas que andan en auto…