viernes, 29 de octubre de 2010

El efecto Juana (hecho sucedido en el verano de 2010)

Sábado, 20.30 de la noche, anfiteatro público ubicado en las cercanías de la Costanera sur, entre el Museo de Calcos (o De la Carcova) y el monumento de Lola Mora. Ese día era el turno de dos mujeres: por un lado, una artista desconocida para mis conocimientos musicales y, por le otro, la estrafalaria Juana Molina (a quien fui a ver, en realidad). En tal horario, informan que la que cantaría primero no pudo ir por cuestiones de salud, así que Juana entonaría a las nueve y solo ella sería “la reina” del show y de la noche. Lo que se lee a continuación es una fábula previa de unos cortos minutos: “En la espera, imaginamos a Macri (el rompeciudades) con su voz de cheto llamando e implorándole a Juana para que vaya rápidamente a cantar porque la otra “piba” le había fallado. Molina en su última meditación, sale apaciguadamente con su compañera la guitarra dejando atrás su cartera, hacia la rivera sagrada, en su casa rodante que estaciona a unos metros de allí”. Fin.
Son las nueve, y puntualmente sale la esperada figura de pelos revueltos peinados por la humedad que está a full por estos días. Un solerito rojo acompañado, creo, de florcitas amarillas. Primera frase: “Podrías iluminarme el tablero que no veo”. Creemos que Juana no vio nada en toda la noche. Todos quieren que Juana sea ácida, pero Juana está en su mundo lleno de canciones absurdas que la hacen feliz y la llevan a ser reconocida en todas partes (o en esas geografías que comprende a los artistas locales incomprendidos que nosotros tardamos en reconocer).
Empieza a cantar, y nos preguntamos si son canciones las que canta, como si el ajedrez es un deporte o tal inodoro firmado por tal persona es una obra de arte. De repente, me doy cuenta que estuve dormida unos minutos (o quizás algunos segundos) con los ojos abiertos con ritmo somnoliento de fondo. Es que eso es lo que producen las letras y la combinación de sonidos que caseramente produce ella, su guitarra y una máquina “mezcladora” a su lado. Su voz aguda y lenta atornilla los oídos de la misma manera que lo puede hacer un tenor, sólo que éste –se supone- provoca placer y serios agradecimientos.
Nos levantamos y nos vamos a comer, puesto que creemos que escuchar cuatro canciones era suficiente para conocerla y presenciar directamente su estilo que no deja de ser diferente por TV. Al cabo de un rato, volvemos a pasar, ella sigue cantando, termina, el público pide “otra, otra…”. La gente era mucha, la gente ¿quería seguir durmiendo?.

4 comentarios:

  1. Bárbara, no creo que te hayas dormido... sufriste una sobredosis de estupides humana emanada por la juana que vive en la eterna tierra de yuppy. Y lo peor por supuesto, los que la alientan a seguir cantando, yo creo que lo hicieron por reirse de ella (única causa aparente).

    ResponderEliminar
  2. Tenes algo con maurico eh, siempre esta presente, jajaa
    Y bueno ya sabes para la próxima una almohadita cómoda para ver a Juana

    ResponderEliminar
  3. La música de Juana, me imagino, sirve para musicalizar algún que otro capítulo de mujeres asesinas. Hay una canción que se llama El vestido QUE LETRA PELOTUDA!!!! pero si la escuchan por youtube van a ver que da con esa onda. Y bueno habrá que esquivarla...

    ResponderEliminar
  4. A mi me gusta que Juana tenga sus seguidores... en New York.

    ResponderEliminar